A pesar de nuestra intromisión mañanera los pétreos frares de la Serrella nos han recibido con un sepulcral silencio. Nos hemos ido abriendo paso entre esta congregación bucólica y llena de magia repartida entre las laderas de la Sierra, sintiendo en todo momento la espiritualidad y el misticismo que estos rocosos monjes debieron experimentar antes de convertirse en capuchinos enrocados.
Solo cuando hemos conseguido llegar a la cumbre y le hemos echado mano a los bocatas, nos hemos sentido liberados de la brujería y el misterio que encierra este impresionante rincón alicantino.
Aunque casi todos los años, esta ruta es imperdonable, no por ello deja de sorprendernos su belleza y las 4 horas y media del recorrido se convierten en un regalo de la naturaleza.
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