Debe de ser una maravilla viajar por toda Europa o por Asia o rincones del Caribe, pero a veces tenemos paraísos muy cercanos y no les hacemos caso.
Hoy excursión familiar a Cova Tallada (Denia), prácticamente improvisada y algo mal planificada; pero para ser la primera vez con delicioso final.
Salimos del barrio de las roques donde después de algo penar conseguimos dejar los coches en el parking más cercano a unos 15 minutos de donde se inicia la ruta andando.
Prácticamente la carretera sube desde enfrente de un restaurante que hay a la izquierda, nos desviamos a la derecha, todavía asfaltado, y subimos en fuerte cuesta como otros 15 minutos, hasta que llegamos a ver un desvío a la izquierda, descendemos por él por medio de unas empinadísimos escalones iniciando al final el sendero que en una media hora aproximadamente nos llevará a las cercanías de la cueva.
Este sendero a las 3 de la tarde que lo estamos recorriendo, con 37º de temperatura se hace bastante incómodo; todo él esta salteado de rocas, raices, pasos muy inclinados y contínuas subidas y bajadas, algunas de ellas protegidas por generosas cadenas que nos ofrecen total confianza.
Llegamos por fin a la altura de la cueva; tenemos dos opciones a nuestra izquierda una chimenea-barranco, que da acceso a la cueva descendiendo a nivel del mar y si seguimos al frente el sendero se descuelga a través de unos peldaños tallados en plena roca que casi en vertical también descienden a la cueva.
Optamos por la opción primera, que a bote pronto nos parece la más simple y protegida, descendemos con precaución pero sin mayor dificultad ayudados también por otra pequeña cadena que nos sitúa ya en la antesala de la gruta.
La entrada es como un ventanal a una cierta altura pero sin dificultad y en cuanto tus ojos se hacen a la penumbra y contemplas el maravilloso panorama del interior de la gruta es obligatorio lanzar un ¡Ohhh! mayúsculo de admiración.
Poco a poco te vas adaptando a esa penumbra a medias pues la gruta tiene grandes aperturas al mar por donde en la mañana será un espectáculo contemplar la salida del sol y ahora permite el acceso al lago exterior protegido por un escaso arrecife de rocas que protegen la cueva de los envites
del mar.
Más adentro pasamos a otra gran sala sumergida en parte por el agua con un par más de entrantes desde el laguito exterior y que le dan a la cueva el punto álgido de su hermosura permitiendo la entrada de luz, agua y bellos reflejos de sol que encuadran este monumento natural
entre uno de los más encantadores rincones del Mediterráneo.
Dani y yo nos adentramos por la cavidad, que continúa hasta las entrañas del Montgó, y nos permite observar el trabajo que en otros tiempos hicieron los obreros de Denia para extraer grandes cantidades de esta especial roca para la construcción de Iglesias, y palacetes.
Después de la comida, un fabuloso baño de Rosario y Dani con los peques retando a las medusas y persiguiendo a las bandadas de peces, reiniciamos el camino de vuelta que se nos hace más llevadero; son las 6 de la tarde y el sol apenas ya nos inquieta.
Regresamos muertos de sed a los coches y para compensar la falta de hidratación aparcamos en los primeros chiringuitos de Denia para dar cuenta de un refrescante helado que nos permite continuar el largo paseo por todo el puerto saboreando el extraordinario paisaje del mar y el Montgó y el estimulante granizado de distintos sabores.
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